Mi experiencia durante el parto (parte 1)

Ingreso en el hospital para dar a luz

Cuando surgió la idea de este blog, lo primero que me pidió Papati fue que contara mi experiencia durante el parto. Lo que me ocurrió, cómo lo viví, seguramente podía ayudar a otras mamás a saber qué debían esperar de un (o dos) día tan importante como es su parto. Yo también he pasado por el miedo a no saber qué esperar, al dolor, a tener que sacar por mi vagina un melón de cantalupo…

En la ecografía de la semana 36 ya me dijeron que Balder pesaba 4 kilos. ¡¡¡4!!! ¿Acaso iba a tener un niño gigante? En mi cabeza, me imaginaba una escena como en la película alien. Mi pequeño bebé gigante, ese que llevaba meses creciendo en mi interior, al que le hablaba y cantaba cada día, abriéndose paso desde dentro para pode nacer. Además, que mi suegra me dijera que de Víctor le tuvieron que hacer una cesárea por no caber, pues, qué quieres que te diga, pero no ayudó. Por eso, en cuanto la ginecóloga me dijo que podía provocármelo, allí que me fui con mi bolsa para el hospital llenita de ganas de verle por fin su cara mofletuda a mi bebé, pero también muertita de miedo, por si la historia se repetía y al final tenían que hacerme una cesárea.

Llegamos al Hospital Quirón, aquí en Málaga a primera hora de la mañana el lunes 18 de abril. Todo muy normal, hicimos el ingreso y me llevaron a una sala a ponerme un propess que es algo así como un tampón con una cuerda muy larga. Se supone que en el 10% de lo casos, ayuda a provocar el parto. ¿Adivináis a quién NO le funcionó? Exacto, a mí.

El día transcurrió muy normal. Como somos unos padres muy previsores, aprovechamos esas horas para ver todos esos vídeos de preparación al parto que no habíamos visto durante los últimos 9 meses. ¡Ay, cómo echo de menos mi panchita! Salté en la pelota, me di paseos… y no sirvió de nada, de absolutamente nada.

Una de las cosas que tanto mi madre como mis amigas me habían repetido varias veces era que, por mucho que el parto te doliera o por mal que lo pases, con el tiempo, tu cerebro acaba olvidándolo y solo se queda con las partes buenas. Supongo que es la única forma de que sigamos trayendo niños a este mundo. Una especie de mecanismo de defensa femenino y natural. Y sí, tenían razón. Si echo la vista atrás, recuerdo exactamente todo lo que ocurrió, pero las partes malas, simplemente, han desaparecido.

A la mañana siguiente y ya que no me había puesto de parto, me bajaron a quirófano y me pusieron la oxitocina en vena. Teníamos un quirófano para nosotros, a Víctor lo disfrazaron de enfermero a punto de estallar, a mí me rompieron a bolsa (y estuve horas notando como si me hiciera pis encima) y nos pusimos SFDK a tope para intentar olvidar lo mucho que me estaba doliendo la oxitocina. Cada vez que la matrona venía y me aumentaba la oxitocina en vena… ¡ay Diosito!

Pero eso no era, ni de lejos, lo peor. Lo peor, con diferencia, era que después de varias horas con contracciones provocadas y muy dolorosas, la matrona me exploraba y ¡ni siquiera había terminado de borrar el cuello del útero! Por el grado de dolor, pensaba que ya estaría de 8 cm por lo menos. Ja! ¡Qué ilusa! Ni de 1 mísero cm. La cosa es que ya no podía soportar el dolor. Así que como haría cualquier adulto funcional, pedí la epidural entre gritos y lágrimas. Había leído que una epidural antes de tiempo podía parar el parto, pero como a mí me lo estaban provocando, no había riesgo de que se parara.

¿Os puedo dar un consejo? Rezad por poneros de parto de forma natural. Cuando la anestesista llegó para pincharme, después de estar un rato en una de las posiciones más complicadas de la historia mientras me llegaba una contracción, resultó que no me la pinchó bien. Por muy raro que os parezca, es más común de lo que parece. Al ser tan delicado, la línea entre el éxito o el fracaso, el dolor o la siesta pre-parto es fina, muuuuuuuy fina. Con la oxitocina a tope y la epidural fallida, os aseguro que mi experiencia durante el parto fue muy deficiente. Recuerdo despertarme a gritos cuando me llegaba una contracción y perder el conocimiento cuando terminaba. Estaba cansadísima.

Cuando llegó la matrona y le aseguré que el dolor era aún peor que antes de ponerme la epidural, la cara le cambió. Después de un par de horas de gritos, le rogué o mejor dicho, le exigí, que me durmieran entera y me sacaran a mi niño. Por suerte, decidió darle un último intento a la epidural. Volvieron a pincharme desde 0 y… ¡ay diosito! Menudo placer, menuda paz… la tranquilidad de una buena siesta. Mandé al Papati a comer y yo me dormí la mejor siesta de mi vida. Necesitaba coger fuerzas para el día más importante que estaba a punto de vivir…

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