La realidad de la maternidad
El otro día, en el segundo cumpleaños de uno de los amiguitos de Balder, conocí a un grupo nuevo de chicas con las que congenié casi al instante. Después de varias historias graciosa y risas descontroladas, una de ellas me dijo una cosa que me dejó bastante pensativa. «Yo quería ser madre, hasta que una amiga me contó que no todo es tan bonito como lo pintan». Y es que tengo que admitir que, la realidad de la maternidad, poco o nada tiene que ver con esa maternidad idílica que nos han vendido desde que éramos unas crías.
Igual no soy la persona más objetiva del mundo. A fin de cuentas, puedo contar con los dedos de una mano las noches que he tenido que pasar en vela con Balder durante estos dos años, le encanta comer, siempre ha sido un bebé muy bueno y ahora un niñito bastante independiente y cariñoso. Y, no es que quiera presumir, pero todas esas mañanas en las que nos levantamos entre risas, cosquillas y besitos… a mí me dan la vida. ¡Para qué os voy a mentir! ❣️ Como me dijo otro amigo: «Leara, tú es que estás enamorada de tu bebé».
Y sí, no lo voy a negar, pero voy a intentar dejar un momento de lado esas gafas de amor de madre y reflexionar sobre esa parte más dura y que hace que nos sobrepase todo esto de la maternidad. Porque no, no eres una mala madre por mucho que a veces pienses que sí. Y sí, claro que todas hemos pensado lo mismo en algún momento de nuestra maternidad.
LA PÉRDIDA DE LA INDEPENDENCIA
Es inevitable. No hay otra forma de decirlo. Hasta entonces solo tenías que preocuparte por ti misma. Simple y llanamente. Si querías comer un sábado a las 5 de la tarde porque habías dedicado toda la mañana a estar tirada en el sofá viendo Netflix, nada ni nadie te lo impedía. ¿Levantarte un domingo a las 12 del mediodía? ¡Menuda delicia! Tenías el mundo a tus pies y podías hacer literalmente, lo que te diera la gana. Incluso alargar esos aperitivos con las amigas que acababan contigo volviendo a casa de madrugada, con el corazón lleno y una enorme sonrisa en la cara.
¿Ahora? ¡Ay amiga! Ahora tendrás siempre que prever que un mini-ser ultra dependiente te necesita para prácticamente todo. No solo se levantarán varias veces por la noche, sino que serán los primeros que abran los ojos en tu casa. Las comidas a su hora, las rutinas bien establecidas, las siestas para que, por la noche, no sea incapaz de dormirse…
Mis amigas madres, esas de las que ya os hablé cuando escribí sobre la importancia de encontrar tu propia tribu de madres, ya me lo avisaron. Las madres, todas, sin excepción, sufrimos del síndrome de olvido selectivo. ¿Que qué es esto? Básicamente, olvidas todo lo malo y solo recuerdas lo bueno. Es un método de defensa biológico. Cuando piensas en el nacimiento de tu hijo, olvidas todo el dolor del parto y lo único que recuerdas es su carita, su olor, eso que sentiste la primera vez que lo tuviste entre tus brazos.
Algo así me pasa a mí con los primeros meses de Balder en casa y yo como madre. Recuerdo de forma muy borrosa los días de cansancio, esas veces que no sabía hace cuánto no me había duchado, cómo Patato tenía que alimentarme como si fuera yo el bebé porque tenía las manos ocupadas siempre dándole el pecho a mi hijo…
Incluso recuerdo una vez, uno de mis momentos más humildes como madre, en la que, con Balder de apenas un mes en brazos lloraba porque: 1) estaba demasiado cansada y quería (pero no podía) dormir y 2) ni loca quería darle el bebé a su padre para que lo llevara a dar un paseo y yo pudiera dormir porque… claro, es que era MÍO.
La única realidad de la maternidad es que te cambia de mil formas. Muchas de ellas, jamás las habrías imaginado. Pero eso no significa que tenga que ser malo.
SE ACABÓ EL SALIR DE CASA LIGERA
¿Recuerdas esas veces en las que lo único que necesitabas para salir de casa era la ropa que llevabas y un pequeño bolso con el móvil, la documentación y las llaves? ¡Pues eso se acabó y bien acabado! Ahora llevarás tu bolso (que ya rara vez volverá a ser pequeño) y el bolso del bebé.
Mientras son pequeños, tendrás que asegurarte de llevar siempre pañales, toallitas, bastante ropa de recambio por si surgiera algún imprevisto, comida (si toma teta es lo más cómodo del mundo, porque solo tienes que bajarte un poco la camiseta o, si por el contrario toma bibi, tendrás que asegurarte de llevar la leche de fórmula, biberón y agua calentita para poder prepararla en cualquier sitio), muselinas, chupete, agua y snack para la mamá...
En cambio, si es un poquito más mayor, a todo lo anterior tendrás que sumarle comida sólida (snacks, almuerzo, agua, zumos...) y juguetes para que tu hija o hijo esté entretenido allí donde vayas. Mi recomendación es hacerle una mochilita con sus juguetes favoritos, esos que sepas que lo van a tener entretenido y portándose bien la mayor parte del tiempo.
NO TE RECONOCERÁS NI A TI MISMA
Recuerdo que cuando estaba embarazada de Balder, una de mis frases más dichas era: «No quiero perderme a mí misma». Estuve años formándome, estudiando, aprendiendo idiomas... y por fin estaba en una empresa, un puesto y con un cliente que adoraba. Me sentía realizada y veía ante mí el camino profesional que siempre había estado buscando. Por eso, uno de mis grandes miedos era dejar de ser yo, Leara, y convertirme en La mamá de Balder. En mi cabeza, era lo peor que me podía pasar. Dejar de ser yo, para perderme en todo este mundo de la maternidad.
¿Ya sabéis qué?
Era un miedo totalmente infundado. No solo mi carrera no se estancó, sino que recuerdo que el mismo día que me habían bajado a quirófano para ponerme la oxitocina, mi jefa me llamó para decirme que me habían promocionado. Y no solo eso, sino que la primera vez que me llamaron del médico y preguntaron por "la mamá de Balder" fue una de las llamadas más emocionantes de mi vida.
No te voy a mentir. Ser madre no es fácil. Es como si en el momento que das a luz, tú misma también renacieras. Te conviertes, poco a poco, en un ser más fuerte de lo que jamás hubieras imaginado. Más resistente, más demoledora, capaz de hacer cualquier cosa por esa criatura que tienes entre tus brazos. Pero a la vez, también te vuelves más miedosa, más irascible. Y, casi sin darte cuenta, toda tú pasas a un segundo plano. No solo física, sino también mentalmente.
La falta de sueño, las hormonas, frustraciones, miedos, roces con la pareja (de lo que me gustaría hablar más adelante) todo suma para que dejes de reconocerte incluso a ti misma. Nos exigimos mucho, demasiado, y la mayoría de las veces somos nuestras peores enemigas. Eres la mejor mamá que tu bebé podría tener. Repítetelo. Una, dos, tres… las veces que hagan falta. Sé buena contigo misma, perdónate, consiéntete… mírate al espejo, mira a tu bebé y quiérete ❣️ ¡Te lo mereces!