Ser madre y el síndrome de la impostora
El otro día tuve que asistir a un curso de coaching en mi empresa y nos hicieron una pregunta que me hizo pensar muchísimo: ¿cuál es vuestro mayor miedo? A la mayoría de mis compañeros, les costó un par de minutos dar con una respuesta. Para mí fue bastante fácil: El síndrome de la impostora. Sentir que nunca soy suficiente, que no me merezco el puesto, la vida, la familia que tengo.
Es más, si hecho la vista atrás, me doy cuenta que es algo que me ha acompañado desde hace años. Cuando publiqué mi primer libro «La Canción del Silencio» (“¿gustará a la gente? ¿Se reirán de cómo escribes? ¿Y si les parece una mierda?”). Cuando me ascendieron en plena baja de maternidad (“¿lo entenderá mi equipo? ¿Estaré a la altura? ¿Seré todo lo que esperan de una Project Lead?”) y, por supuesto, cuando me convertí en mamá (“¿sabré hacerlo bien? ¿Me querrá mi bebé? ¿Y si no le caigo bien? ¿Y si no me cae bien él a mí?”).
Recuerdo que cuando estaba embarazada (¡cómo me gustaba estar embarazada!), una vecina y amiga no parada de decir que desde que ella notó la primera patadita se enamoró perdidamente de su bebé. Cuando me preguntaba a mí, yo asentía convencidísima y le aseguraba que yo también. ¿Qué es lo que iba a decirle si no?
Pero cuando llegaba a casa y me quedaba a solas con mi pancita, solo se repetía una frase en mi cabeza: «¡NO ESTOY ENAMORADA DE MI BEBÉ!”. Y claro, los miedos, los reproches, las dudas… todo eso me perseguía día tras día. Por suerte, tenía cerca a una buena amiga, madre, a la que asediar con todas mis dudas (¡gracias Rocío!) y ella me tranquilizó, diciéndome que sería algo que llegaría con el tiempo. Podría ser en los meses que me quedaban de embarazo, al dar a luz y verle su carita, o incluso en las semanas posteriores, mientras nos acostumbrábamos el uno al otro.
¿Y sabéis qué? Llegó ese momento. Después de casi 12 horas de parto, con la oxitocina a tope, dos intentos de epidural fallida (que eso daría para otro post), una rica siesta cuando por fin hizo efecto la epidural y 20 minutos escasos de pujos, le vi la carita al amor de mi vida. ¿Todos esos miedo de no estar enamorada de mi bebé? Já. Todos desaparecidos 😮💨.
Pero eso no era más que el comienzo. A partir de ese momento llegaron las noches sin dormir, los llantos desconsolados por llevar más de 5 minutos desconectado de mi pobre y dolorido pezón, las malas contestaciones con mi pareja, la manía que le cogí (¡os tengo que hablar de cómo pasé del amor más puro al rechazo en cuestión de horas! Por suerte las hormonas acabaron estabilizándose)… y las dudas. ¿Lo estaré haciendo bien? ¿Seré capaz de hacerlo bien los próximos años? ¿Seré la mamá que Balder necesita y merece?
¿Y sabéis a la conclusión que llegué? ¡Que por supuesto que soy la mejor mamá que Balder podría tener! Soy su mamá, su teta (como me dejó claro cuando lo eligió como primera palabra), esa a la que abraza cuando tiene sueño o está malito, la única que le consuela, la voz que le ayuda a dormir, la mano a la que tiene que agarrarse mientras mama.
Así que solo puedo daros un consejo:
«No seáis duras con vosotras mismas, lo estáis haciendo muy bien. Los niños solo os necesitan fuertes y felices. Así que luchad cada día por sentiros así y no dejéis que el síndrome de la impostora gane la partida».